lunes, 17 de septiembre de 2007

Y cómo no envidiar

esa lluvia celestial

si te toca en recónditos lugares

caricias prohibitivas,

roces censurables

y placeres vedados


-afuera está lloviendo-

del cielo se desploman

lágrimas de un ángel;

que se arrojan una a una

desde sus pupilas vírgenes

solo para tocarte un instante,

intentando suicidas

desvanecerse en la bruma

de tu piel dorada,

éxtasis asfixiante

emanando de tus poros;

pocas gozan la delicia

de morir anestesiadas

por la dulce miel

que aguarda impaciente

en tus labios de seda.