Y cómo no envidiar
si te toca en recónditos lugares
caricias prohibitivas,
roces censurables
y placeres vedados
del cielo se desploman
lágrimas de un ángel;
que se arrojan una a una
desde sus pupilas vírgenes
solo para tocarte un instante,
intentando suicidas
desvanecerse en la bruma
de tu piel dorada,
éxtasis asfixiante
pocas gozan la delicia
de morir anestesiadas
por la dulce miel
que aguarda impaciente
en tus labios de seda.